Análisis: El Antimanual del Historiador

Argelia Bravo 

       Se entiende como historia el registro escrito de lo que se conoce sobre las vidas y sociedades humanas del pasado y la forma en  que los historiadores han intentado estudiarlas.   Los hechos históricos son conocidos, salvo en casos excepcionales en los que el historiador es testigo de los propios acontecimientos, a través de fuentes intermedias, que pueden ser los testimonios de los testigos de los hechos en sí, relatos escritos, archivos y otras muchas fuentes que proporcionan las pruebas con que el historiador descifra los hechos históricos.
Por consiguiente, se llama historiografía al arte de escribir  la historia. Quizá la historia sea la disciplina más complicada de definir, ya que al intentar develar los hechos y formular un relato que sea inteligible y coherente, implica el uso de muchas disciplinas auxiliares.  La historia de la historiografía como tal, también tiene su historia. El cómo escribir la historia ha sido pregunta que goza de una larga tradición en la historiografía, que se remonta a Heródoto y Tucídides, hasta hoy día.         
En Heródoto, reconocido como el padre la historiografía, en su libro Historias, su finalidad es que determinados acontecimientos no queden en el olvido, perpetuando así en la memoria de los hombres su pasado. Por otra parte, para Tucídides, su enfoque se caracterizaba de una gran objetividad perceptiva, es decir, su método sirve para buscar la verdad y la exactitud con el fin de que la historia tenga utilidad, aceptando la tradición oral sólo si es controlada y haciendo especial énfasis en el correcto uso de la observación de los hechos.
A lo largo del siglo XX, en medio de amplios debates entre historiadores, surgieron una serie de corrientes historiográficas: la escuela de los Annales, la escuela de Frankfurt, la historia de las mentalidades, la historia crítica, las escuelas marxistas, la escuela inglesa, la historia social, la historia cultural, la microhistoria, la historia oral, el relativismo, la historia posmoderna, la historia teórica, entre otras; las cuales, básicamente cuestionaban las formas previas de construcción del discurso histórico, o sea al positivismo primero y al historicismo después.
El Antimanual del Mal Historiador de Carlos Antonio Aguirre Rojas (2002), es una propuesta de cómo se debe realizar la historiografía para los nuevos tiempos a través de las corrientes, técnicas y métodos que se deben considerar para creación de la misma.  Es una propuesta para crear historiadores críticos, serios, creativos y científicos, para combatir y criticar viejas ideas simples, rutinarias y ya superadas sobre lo que es y lo que debería ser la historia reformulándola de una manera sencilla, que mantenga su complejidad, ilustrando con ciertos ejemplos y demás detalles para representar la historia más actual y de vanguardia como algo vivo y apasionante, con los problemas más relevantes del ser humano y de las sociedades contemporáneas, con una riqueza de instrumentos intelectuales y de métodos y técnicas.
Los historiadores cuestionaron aspectos sociales relacionados con aquellos conceptos decimonónicos de orden y progreso y esa idea de linealidad en los procesos históricos. Para Fontana (2002), la idea de linealidad es una consecuencia necesaria del fin de la historia patrocinado por una burguesía triunfante que desea hacer creer en la existencia de un único orden final de las cosas. La mayoría de las nuevas escuelas historiográficas coinciden en que el devenir histórico no necesariamente conlleva procesos de progreso constante en forma lineal, como se aseguraba anteriormente. De hecho, con frecuencia se presentan retrocesos, de tal suerte que hoy la idea misma de progreso está en duda, así como la búsqueda de la verdad, la realidad y la objetividad.
Carr (1993), expresa que “los científicos, los especialistas de las ciencias sociales y los historiadores, se encuentran todos trabajando en distintas ramas del mismo estudio; el estudio del hombre y de su mundo circundante de los efectos de éste sobre el hombre y de los efectos del hombre sobre el mundo que le rodea.  El objeto que se propone alcanzar la investigación es el mismo: incrementar la comprensión y la dominación de su ambiente por el hombre.” De acuerdo a esto, la polémica sobre la cientificidad o no de la historia disminuye, pierde todo su sentido. Otra característica del positivismo es que la historia es sólo los hechos pasados.  Un historiador cree que la historia está en los documentos y a través del análisis se puede ordenar esos hechos para la comprensión.  Lucien Febrve (1970),  la calificaba como la “historia historizante”, que consistía en una historia como ciencia del pasado sin más, pasado que no poseía ninguna relación ni contacto con el presente.   Cómo puede apreciarse el positivismo rechaza la contemporaneidad o más bien la historia del presente.  En esta corriente historiográfica además hay una exaltación por los “grandes hombres”, “grandes batallas”, “grandes instituciones” y cómo también a la “historia-acontecimiento” caracterizado por la cronología. Este tipo de historia fue predominante en el siglo XIX, y cómo tiene una visión desde arriba, prácticamente despojan a las personas comunes y corrientes, dejándolas “sin historia”.
La concepción del tiempo y su relatividad en la historia son temas fundamentales en la polémica, Aguirre (2002), plantea que “no son iguales los tiempos en que una sociedad vive una verdadera revolución social, que los tiempos de lenta evolución; los tiempos de auge y crecimiento que los de decadencia”.  La investigación histórica que tiene como propósito generar conocimiento y explicar el pasado para comprender el presente, no goza de mucha independencia, toda vez que, en general, es financiada por el propio Estado a través de diferentes instituciones.
Aguirre (2002) hace una crítica con una  visión anacrónica y limitada de lo que es y debería ser la historia.  En relación a las antidefiniciones,  el autor parte de una definición negativa de lo que no es historia, esto es de la historia que no debe seguir haciéndose ni enseñándose.  Esta lógica, evoca el método de enseñanza socrático, permite a través de una antidefinición (lo que no es) identificar con más precisión los contornos de la historia tradicional y ayuda a despejar el camino para su superación y la puesta en práctica de otra historia, completamente diferente y nueva.
La historia no se reduce sólo a textos y a los testimonios escritos, sino que abarca absolutamente toda huella o trozo humano que nos permita descifrar y reconstruir el problema histórico que acometemos con ayuda de otras disciplinas auxiliares. La historia verdaderamente científica es la que afirma que no es posible hacer historia limitando el análisis de los procesos y de los hechos puramente de un país, lugar o región específico, sino también debe considerar los factores exteriores de los mismos procesos estudiados.
Estas antidefiniciones toman cuerpo en una serie de proposiciones que van dando el perfil de como se define y practica la historia tradicional, esto es una historia que se ocupa exclusivamente de los hechos y situaciones del pasado y limita el oficio del historiador a la tarea del anticuario; una historia que se construye sólo en los archivos, que no trasciende los estrechos límites de lo local, nacional o regional; una historia encerrada en sí misma, con un sello marcadamente empirista y antiteórico, que reduce la historia a simples cronologías o recuentos sucesivos de gobernantes y batallas, y a un ejercicio puramente memorístico de fechas, lugares, datos, cifras y anécdotas.
Al respecto Aguirre (2002) expresa que existe una emergencia en la historia relacionada con los cambios sociales y tecnológicos que la humanidad ha venido enfrentando “se impone la construcción de un nuevo tipo de historia”.  La historia no es una disciplina asociada solamente con archivos, con los hechos, personajes y sucesos ya desapercibidos y muertos, sino una ciencia también de lo social y de lo vivo, atenta al cambio histórico de todas las cosas, directamente conectada con el presente más actual, con la vida social meditada e inmediata en todas sus múltiples y variadas manifestaciones. Una historia hecha desde arriba, convertida en un mecanismo de legitimación de las clases hegemónicas y los poderes existentes.
Aguirre (2002), plantea que “la historia la escriben los vencedores y si cada clase que domina reinventa al pasado y a las tradiciones para legitimizar su propia dominación, entonces es claro que el papel que han tenido los grupos y clases subalternos en esas historias oficiales escritas durante siglos en todo el mundo, ha sido un papel completamente marginal e irrelevante”.  
Si se practica el análisis histórico de la historia siempre atenta al cambio, enfocada en la dialéctica de transformación de todos sus objetos de estudio, se desemboca en una historia crítica, que junto al lado bueno de las cosas, observa y analiza también su lado malo, desmitificando a los héroes y normalizando a los personajes y a las situaciones extraordinarias y excepcionales, al tiempo que desglorifica los orígenes y las gestas fundadoras, e introduce sistemáticamente los procesos junto a los éxitos, la vida cotidiana al lado de los grandes momentos históricos, los procesos sociales y económicos, las creencias colectivas y la cultura popular junto a las brillantes ideas y las obras geniales de la ciencia, la literatura o el conocimiento social.  
La mala historia es mil veces más fácil de hacer y de enseñar que la buena historia o historia crítica, es justamente  el fruto de esos libros aburridos y pesados que nadie lee y no toman en cuenta. Son historias que repiten las anécdotas locales y los sucesos pintorescos de una cierta población, localidad, región cualquiera del mundo, personajes, son resúmenes ya dichos por otros autores que no tienen orden ni sentido, carecen de definiciones históricas específicas y de datos y hechos históricos que sean realmente los hechos significativos.
En este sentido la construcción de una historiografía sirve para intentar construir nuevas y muy diferentes interpretaciones de los hechos y de los problemas históricos, para rescatar e incorporar nuevos territorios, dimensiones o elementos, hasta ahora ignorados por los historiadores anteriores, para sustituir el carácter dinámico, contradictorio y múltiple de toda situación o fenómeno histórico posible. “Una historia difícil, rica, aguda y crítica, la única historia realmente valiosa y aceptable”.
Otra antidefinición que revela al antimanual de Aguirre (2002), es que la historia “verdaderamente científica, es la que afirma que no es posible hacer la historia particular de cualquier región, si se queda limitado al análisis de los procesos y de los hechos puramente de cada región particular”, ya que es imposible separar las historia locales, regionales, nacionales, sin embargo hay historiadores que si lo hacen limitando el análisis dentro de los contextos  donde se genera los hechos históricos.
Explica que “toda historia seria necesita de buenas y sistemáticas cronologías de mapas y atlas bien proyectados y bien concebidos”, es decir necesita de una explicación comprehensiva, la interpretación inteligente, y la reinserción cargada de sentido profundo, de todo ese conjunto de hechos y de fenómenos, dentro de los procesos históricos globales específicamente investigados. 
Para lograr reinventar la historia con nuevos paradigmas y formas de análisis hay Aguirre (2002) es necesario conocer lo que el autor denomina metafóricamente "los siete (y más) pecados capitales del historiador" que es necesario superar para posibilitar otro tipo de historia, verdaderamente científica y crítica,  Aguirre (2002) advierte, sobre los errores que cometen los malos historiadores positivistas.
El primero no podía ser otro que el mismo “positivismo”, visión que al limitar el análisis únicamente a los hechos comprobables, anula el nivel interpretativo del sentido profundo que guarda la dimensión factual, expurgando así cualquier construcción metafactual que se distancie del llano nivel empírico.  El positivismo, cree que hacer historia es lo mismo que llevar a cabo el trabajo de investigación y de compilación del erudito, limitando el trabajo del historiador, exclusivamente al trabajo de las fuentes escritas y de los documentos, se reduce a las operaciones de la crítica interna y externa de los textos, clasificación y ordenación de los textos.  La verdadera historia sólo se construye cuando, apoyados en esos resultados del trabajo erudito, se accede al nivel de la interpretación histórica, a la explicación razonada y sistemática de los hechos, fenómenos, procesos y situaciones históricas que se estudia.
El segundo error se encuentra en la falta de contemplación hacia el “cambio histórico”,  concepción que suprime esa parte esencial de la historia que consiste justamente en demostrar cómo operó el mismo, cuáles fueron sus continuidades y cuáles sus rupturas, qué dirección siguieron estas últimas y cuáles podrían haber seguido.  Significa el  anacronismo en historia, la falta de sensibilidad hacia el cambio histórico, que asume consciente e inconscientemente que los hombres y las sociedades del pasado eran iguales a los de ahora, que pensaban, sentían, actuaban y reaccionaban de la misma manera que en la actualidad.
Se cancela una de las tareas primordiales de la historia que es la de mostrar, primero a los historiadores y después a toda la gente, en qué ha consistido precisamente el cambio histórico, qué cosas se han modificado al paso de los siglos y cuáles se han mantenido, y también cuáles han sido las diversas direcciones o sentidos de esas múltiples mutaciones históricas.
El tercer pecado está relacionado con la noción newtoniana de un tiempo único, homogéneo y unidireccional que como lo han explicado Bloch (1988) y Braudel (1991) entre otros, se contrapone con la idea que tiene la ciencia histórica de otro múltiple, heterogéneo y variable según los procesos principales que lo caracterizan y le dan sustancia, de acuerdo a los tres niveles señalados por el mismo Braudel (1988), (acontecimiento, coyuntura y estructura).
Pero este tiempo newtoniano de los físicos, medido por los calendarios y relojes, no es nunca el verdadero tiempo histórico de las sociedades, es más bien un tiempo social e histórico, que no es único sino múltiple, y que además es heterogéneo y variable, haciéndose más denso y mas laxo, más corto o más amplio, y siempre diferente, según los acontecimientos, coyunturas, estructuras históricas a las que se refiera
El cuarto pecado remite a la idea simple de un progreso lineal de avances y conquistas que el paso del tiempo indefectiblemente trae aparejado, visión contrapuesta a la del historiador crítico que plantea una realidad en devenir y redefinición constante, semejante al método de ensayo y error, de avance y retroceso que siguen los científicos.  También es la idea de una ineluctable acumulación de avances y conquistas determinadas fatalmente por el simple transcurrir temporal que parece afirmar que inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier ayer, y todo mañana será obligatoriamente mejor que el de hoy.
Esta es una idea afirmada por los apologistas del capitalismo. El buen historiador crítico restituye a la noción de progreso como una multiplicidad de líneas y de trayectorias diversas que lo integran, que acometen muchas veces un problema hasta encontrar su solución, ensayando y equivocándose, explorando y avanzando.
El quinto error común de los malos historiadores reside en su “actitud acrítica” para con las versiones legadas por las victoriosas generaciones anteriores, el historiador crítico detecta sus falsas argumentaciones legitimadoras, no sólo no haciéndose cómplice de las mismas sino demostrando, a su vez, que la realidad pudo haber sido distinta. Es la típica actitud pasiva que los historiadores positivistas mantienen siempre a los testimonios y a los documentos tal y como han acontecido.
En el sexto pecado, el de la “objetividad” en la historia, el autor demuestra la imposibilidad de la misma ya que toda selección, organización y elección de paradigmas refleja indefectiblemente puntos de vista y gustos del “cultivador del oficio de Clío”.  Es imposible una historia que sea realmente neutral y que sea objetiva. Toda historia reflejará necesariamente las elecciones y el punto de vista del propio historiador, los que se proyectan incluso desde la elección de los hechos que son investigados y los que no, hasta el modo de organizarlo, clasificarlos, interpretarlos y ensamblarlos dentro de un modelo más comprehensivo que les da su sentido y significación particulares.
Por último, el séptimo pecado lo constituye el “agnóstico postmodernismo” que al reducir la historia a su dimensión discursiva anula las pretensiones científicas de conocer los procesos reales.  Han comenzado a proliferar en algunos países ciertos historiadores que intentan reducir a la historia a su sola dimensión narrativa o discursiva, evacuando por completo al referente esencial de los propios hechos históricos reales. Los historiadores hacen historia con el objetivo de conocer, comprender y luego explicar la historia real, convencidos de que son capaces de establecer, cada vez más, verdades históricas científicas, verdades cada vez más precisas y capaces de dar cuenta real de los problemas concretos históricos que se investiga.
Y así, por las vías del método dialéctico, esto es, a través de la negación de esa historia tradicional que va emergiendo otra cara de la historia que reivindica tanto el pasado como el presente, superando la falsa y artificial dicotomía entre uno y otro;  que se construye no sólo en los archivos sino, también, en la observación del presente y el pasado en todas sus múltiples y variadas manifestaciones; es también una historia que rompe totalmente con los marcos nacionales y disciplinarios que enmarcan el oficio tradicional del historiador; una historia que no ignora los problemas fundamentales de la filosofía, la teoría, la metodología y la historiografía.
Debe ser una historia que en contraposición a los enfoques positivistas reivindica el trabajo de la interpretación y de la explicación histórica; una historia hecha "desde abajo" y que se pregunta acerca de los modos como han cambiado las formas de conflicto entre las clases, los hábitos y las cosmovisiones culturales; una historia que describe un tiempo social e histórico múltiple y, a la vez, heterogéneo y variable; una historia científicamente objetiva, que asume sin conflictos los sesgos de su trabajo y de su resultado historiográfico.
En un país sumido en una profunda crisis económica, política y social, donde se siguen criminalizando los movimientos sociales y las expresiones legítimas de protesta, la obra de Aguirre aporta una profunda lección que los historiadores y cientistas sociales se debe recoger porque como lo recuerda Marc Bloch (1988), "la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, quizás, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente".

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 AGUIRRE R. Carlos A. (2002), Antimanual del Mal Historiador (o como hacer hoy una Buena Historia Critica).  Editorial Contrahistoria.  México. 
BRADUEL Fernando (1991),  Escritos sobre Historia. Fondo de cultura Económica, México.
BLOCH, Marc, (1988), Introducción a la Historia. Fondo de cultura Económica, México.
DIAZ E. Alma, (2011), Física e Historiografía. Retos y Perspectivas para el Siglo XXI. Universidad autónoma de México. Disponible en: http://ergosum.uaemex.mx/pdfs/pdf_vol_18_2/11_diaz_escoto.pdf
CARR, E.H.(1993), ¿Qué es la Historia? Editorial Planeta, Barcelona, España. 
FEBRVE, Lucien, (1970), Combates por la Historia. Editorial Arial, Barcelona, España.
MARROU, Henri-Ireéne, (1999), El Conocimiento Histórico. Editorial Idea Universitaria, Barcelona, España

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